Si tuviese que hacer un listado con los guionistas más en forma dentro del panorama comiquero americano, sin duda incluiría a Rick Remender. Obras como Fear Agent, Low o Ciencia Oscura lo avalan más que de sobra para que estemos atentos a cada novedad que nos presenta.
Y yo, como buen seguidor suyo, no podía dejar escapar la posibilidad de hincarle el diente a Tokyo Ghost, esta nueva miniserie que nos traía, acompañado de un gigante del dibujo como es Sean Murphy.
Quizá lo que más atractivo os resulte a aquellos que tras leer este artículo se animen a acercarse a Tokyo Ghost es que es una serie cortita, ya finiquitada y editada en España en dos únicos volúmenes por Norma Editorial, bastante económicos cada uno de ellos. Por lo que el futuro lector no tendrá que comenzar una colección interminable o hacer una inversión que roce lo obsceno para disfrutarla.
¿Qué nos ofrece Tokyo Ghost?
Pues nos lleva a un futuro distópico, exáctamente a Los Ángeles en el año 2084, donde la mayoría de la gente está enganchada a la tecnología. Esta nueva forma de droga sirve como alivio y escape a los consumidores del agónico mundo en el que viven, atufado de contaminación, gobernado por las grandes corporaciones tecnológicas y sometido por gánsteres que no dudan en matar o robar por su correspondiente dosis virtual. Y, dentro de este caótico nuevo orden, destaca la figura de los alguaciles, encargados de ajustarles las cuentas a aquellos que van un paso más allá. Dos de estos alguaciles son Led Mella y Debbie Declive, dos amigos de la infancia tan unidos entre sí como diferentes entre ellos. Led es una mole de músculos enganchado a todo tipo de nanotecnología. Debbie es una chica que trata de escapar del infierno tecnológico y desenganchar a su querido Led. Para ello, aceptarán un trabajo que les llevará al último paraíso libre de tecnología: la nación jardín de Tokio.
Y hasta ahí puedo leer, que diría cierta presentadora, pues en el mismo primer volumen ocurre el giro más interesante de la obra para luego volverse más predecible y convencional. De hecho, las dos partes que componen esta miniserie están bien diferenciadas, como si el dúo creativo se hubiesen repartido a partes iguales lo que querían plasmar en cada una de ellas. Así, nos encontramos con un primer volumen cargado de crítica social, de profundidad de guión, de desarrollo de personajes, y un segundo volumen que marcha a toda pastilla abundando la acción, la violencia y un único sentimiento a desarrollar: la venganza. De modo que, dependiendo de lo que más te motive, lo encontrarán al principio o más adelante.
Pero, cuidado, eso no significa que el cambio de tono entre uno y otro signifique que se abandonen ciertos aspectos que se representan con mayor claridad en su continuación o preludio. Desde el primer instante, nos encontraremos grandes dosis de acción y ultra violencia. Porque, sí, en este cómic la violencia no es descafeinada o para todos los públicos. Es explícita, incluso algunos la calificarían de mal gusto, abundando los tacos, el lenguaje soez, la incorrección y mostrando el dedo corazón sin complejos a la tiranía de lo políticamente correcto. Así que, si eres de los que se escandaliza fácilmente, este no es tu cómic. ¡Ah, un consejo! Los que tengáis niños curiosos, mejor colocad Tokyo Ghost en lo más alto de la librería. Me lo agradeceréis.
¿Pero todo se basa en violencia, lenguaje y sexo explícito? No, como ya os he avanzado, esta obra tiene mucho de crítica social en su primera mitad. La visión de un futuro donde la gente sea adicta a una droga como es la tecnología, llegando al punto de meterse implantes para poder consumir sin parar todo tipo de productos virtuales, nos pone los pelos de punta porque no lo vemos tan descabellado. Ver nuestras ciudades controladas por grandes corporaciones tampoco nos es ajeno, como tampoco lo es que creamos que los pocos reductos verdes y puros del planeta no permanecerán así por mucho tiempo porque, aunque intentes protegerlo, acabarán contaminándolo con (y perdón por el taco) la mierda que llevamos de serie. Y si a eso le añadimos unos personajes bien desarrollados y con carisma, pues ya terminamos de redondear la experiencia.
Como muchos intuiréis, esta obra bebe de fuentes tan conocidas y apreciadas por estos lares como es el ciberpunk y el género distópico. Contiene todos los elementos diferenciales, así como todos los típicos. Una sociedad corrupta y moribunda, personajes que son perdedores, grandes empresas que juegan con nosotros, tecnología y una ambientación que tiende a lo oscuro, casi a lo crepuscular. De hecho, muchos de vosotros encontraréis muchas reminiscencias a otra gran obra como es Akira de Katsuhiro Otomo, tomando prestadas algunas de sus piezas maestras, como las motos y la estética pandillera.
Y nadie mejor para mezclar este cóctel que dos maestros como son Rick Remender y Sean Murphy. El primero hace una labor de guión intachable, con diálogos ingeniosos y chispeantes, brillando con luz propia sobre todo en el primer volumen, que es donde consigue plasmar toda la crítica social, el contenido y el peso específico de la obra. Pero un buen guión no sería tan bueno si no ha detrás un buen dibujante, y en este caso Remender ha contado con un monstruo como es Murphy. Y es que hay que ponerse en pie para hablar de este genio del dibujo. Sorprende cómo consigue imprimirle esa suciedad, ese aspecto caótico y esa cantidad de detalle a cada viñeta. Y deja claro desde el inicio que no había nadie mejor como él para plasmar el futuro de Tokyo Ghost, pero en el segundo volumen, ¡ah!, ya se descoca por completo y nos ofrece algunas de las composiciones de página más magistrales que he visto en obras actuales. Ese trazo roto, con tintas sucias, pero contrastando con el exquisito diseño de personajes. No es que vayamos a descubriros ahora a este fuera de serie, que ha firmado obras como Punk Rock Jesus o El Resurgir, pero yo no me canso de aplaudir a uno de los dibujantes más en forma del cómic americano.
Concluyendo: Tokyo Ghost nos restriega por la cara una sociedad a la que parece que nos encaminamos cada vez más, haciéndolo con gracia, con gamberrismo y con un punto de mala baba que hacen de esta obra un producto muy disfrutable.